Hablo conmigo mismo todo el tiempo.
En la regadera. En la carretera. Caminando por el casino con dos horas de sueño y cinco traumas no resueltos guardados en el bolsillo como envolturas de mentas.
A veces me susurro afirmaciones como si estuviera en un comercial de Hallmark escrito por un Escorpio.
A veces ensayo discursos para entrevistas que ni existen.
A veces le hablo a exes como si aún me escucharan (spoiler: no lo hacen)..
A veces canto… mal… a propósito. Luego canto bien. Luego se me olvida cuál versión soy yo.
¿Y a veces?
Solo narro mi vida como si fuera un documental de Netflix filmado por un narrador queer emocionalmente inestable pero con encanto, que además está sosteniendo una ensalada y usando una bata con glitter.
Why ¿Por qué lo hago? 🪞
Porque hablar contigo mismo es magia.
No esa onda de “manifestación” donde repites una frase 300 veces viendo una vela (aunque también he hecho eso).
Me refiero a hablar neta.
Desordenado. Chistoso. Sin sentido. Honesto. Fuerte. Susurrado. Delirante. Divino.
Descubres en qué realmente crees cuando lo dices en voz alta.
Descubres qué te duele.
Descubres qué sigue sanando.
Y a veces, cuando tienes suerte,
dices algo que te hace reír
de una forma que nadie más podría haber entregado
porque nadie más ha vivido dentro de tu cabeza como tú.
En el casino, no siempre puedo hablar en voz alta.
Pero muevo la boca.
Frases pequeñas. Mini discursos. Letras. Prompts de dealer.
Es como si estuviera susurrando hechizos al fieltro.
Reiniciando mi energía cada par de manos.
Algunos días el pit se siente como un escenario. Otros días, como una jaula.
Así que hablo conmigo mismo en los descansos. En las escaleras. En el mingitorio.
Y me te escucho — porque nadie más va a reescribir este guion excepto yo.
Hablar contigo mismo no es raro.
¿Sabes qué sí es raro? Guardártelo todo.
Dejar que tus pensamientos se pudran en silencio.
Dejar que la sociedad te dé tanta pena que termines olvidando tu propia voz.
No, bebé. Háblate en el coche. En la cocina. En la cama.
Con amor. Con sarcasmo. Con sanación. Con FUEGO.
Háblate para salir de ese lugar oscuro.
Háblate hasta llegar a esa versión tuya que ya viene en camino.
Háblale al niño asustado.
Háblale al saboteador interno perrísimo.
Háblale a esa parte de ti que todavía espera que alguien le diga “te veo.”
Te veo.
Yo te escucho .en ti.
Y ahora hazme un favor…
Di algo en voz alta.
Ahorita.
Aunque suene tonto.
Aunque solo sea:
“Damn, estoy buenísimo.”
o
“Merezco paz.”
o
“Este post estuvo raro pero sí me gustó.”
Esa voz…
es tuya.
Protégela.
Performéala.
Dale un micrófono.
Dale una corona.
Dale todo lo que eres tenerte..
Tú eres el único que ha estado contigo todo este tiempo.
Así que sí…
Hablo conmigo mismo mucho.
¿Y sabes qué?
Tú también deberías.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.