Usaba ropa tipo Hollister, tomaba Grey Goose y ganaba jackpots. No sé si debería darle una cachetada… o un abrazo.
🍸🎰🫦🌊🛑🌈🪞✨💸
Una vez me lancé de clavado al Océano Pacífico con toda la ropa puesta, a mitad de diciembre, con un frío que calaba… porque mis amigos me retaron, porque tenía 19, y porque mi cuerpo todavía no conocía el arrepentimiento en las rodillas.
Así vivía en ese entonces.
Descalzo en un casino. Borracho en un Denny’s.
Flaco, bronceado, demasiado humectado y convencido de que Paris Hilton for Men era la cúspide del glamour aromático.
(Spoiler: todavía lo es. Pelea conmigo si quieres.)
Mis noches giraban entre vodka con arándano de dos dólares (o de catorce si quería impresionar a un chico), reggaetón de mediados de los 2000 sonando a todo volumen en mi Focus rojo, y un calendario mental que solo reconocía dos días: “día de pago” y “cruda”.
Y de alguna forma, en medio de todo ese caos brillante de juventud, trabajaba en la jaula de un casino..
No metafóricamente.
Literalmente estaba detrás de un vidrio antibalas entregando efectivo a abuelitas, tíos borrachos y gente que “nunca juega” mientras metían su quinto billete de veinte a una máquina de cinco centavos con nombre de lobo, diosa o pirata.
🕯️
Fue más o menos por esa época que conocí a ella.
KISMET.
Una tragamonedas tribal con un bono psicodélico de colibríes que parecía diseñado por Lisa Frank después de dos gomitas mágicas. Tenía colores, tenía actitud, y sí, sí pagaba.
Una vez convertí $10 en $900.
Otra vez, $20 en $2,400.
No te preocupes, también perdí bastante. Pero en ese entonces, no estaba persiguiendo el dinero (aunque no tuviera mucho).
Estaba persiguiendo una sensación.
La misma que se siente al hacer reír a desconocidos.
O besar a alguien que no deberías.
O cantar Gasolina a todo pulmón en un convertible camino a Tijuana a las 2:12 AM con una credencial falsa y un corazón lleno de brillo y delirio.
🫠
Hoy hablo mucho de sanación. De performance.
De amor propio, respeto propio y todas esas cosas adultas que uno tiene que decir cuando la espalda ya truena.
Pero a veces…
Todavía quiero viajar en el tiempo.
No para cambiar nada. No quiero reescribir el caos. Solo quiero volver a verlo.
Quisiera sentarme junto a mí mismo en la ventanilla de la jaula y decir:
“Ey… vas bien. No estás roto. Estás construyendo. Aunque todavía no lo sepas.”
Verme jugar Kismet otra vez, agarrando ese mini ticket como si fuera un pase de abordar a una vida mejor.
Escuchar a mi yo joven gritar “¡YAAAASSS!” antes de que estuviera de moda.
Recordarme que lo que parecía perder el control muchas veces era solo aprender a tenerlo.
💄
Ya no tomo vodka con arándano.
Me recuerdan a las crudas, los corazones rotos y esa época en la que pensaba que tenía que ser más ruidoso para ser amado.
Hoy prefiero tequila o mezcal: solos, intencionales, honestos.
Como yo.
¿Pero ese niño? ¿Ese chavito con los jeans llenos de arena y las mejillas quemadas por el sol?
Lo amo. 💜
Aunque usara Abercrombie y se comprara lentes de sol de $300 con dinero del jackpot.
Aunque llorara en baños públicos y escribiera poemas que nunca enseñó.
Aunque una vez se besara con un desconocido en un muelle y enseguida se tropezara con una patineta.
Esa versión de mí también era real.
También era hermosa.
También era gabro.
🫦
No hablamos lo suficiente de esos pequeños jackpots que ganamos antes de siquiera saber qué estábamos jugando.
Como salir con vida.
Como crear arte.
Como enamorarte de tu propia voz.
¿Todavía andas persiguiendo ese gran premio?
Mira bien.
Tal vez ya lo ganaste.
Solo que lo cobraste en crecimiento personal en lugar de efectivo.
💋
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